Mi última clase en el IES Macarena. Qué sentido tiene el estudio de la Historia

Miguel Ángel Núñez Beltrán


la foto del perfil de Miguel Ángel Núñez BeltránEs inusual que permanezca sentado en mis clases y, más aún, que lea el contenido del tema que tratamos. Permitidme hoy, empero, que eludiendo esta práctica personal, me dirija a vosotros desde esta silla y esta mesa, que sirven de soporte para mi exposición. No va a suponer esta el último apartado del programa o temario del curso, sino una reflexión sobre el sentido del estudio de la historia. Quizás sea menos didáctico que habitualmente y más teórico, más árido aun, pero, como alumnos de bachillerato, estoy seguro de que comprenderéis el alcance de este corto discurso. Pese a todo, al final tendremos ocasión de comentar los aspectos menos claros, o más complejos, de esta exposición.

A lo largo del curso, me habéis escuchado poner en duda ciertas frases hechas, predeterminadas, sobre la historia, tales como que “la historia se repite”, que “la historia es maestra de la vida”, que “la historia es una sucesión de fechas y acontecimientos”. Porque, si bien pueden no ser falsas, tal vez no resulten una verdad total, y esto quizás trastorne la realidad histórica. Nunca puede repetirse la historia porque las situaciones siempre son distintas, aunque tengan ciertas similitudes, y, lo que es más importante, los protagonistas no son los mismos, sino otras personas que con libertad abordan asuntos, toman decisiones en una u otra dirección. El conocimiento del pasado puede orientar ante circunstancias nuevas que se nos imponen. En este sentido algunos afirman que es maestra de la vida, pero este magisterio ha de estar siempre supeditado a las opciones libres que toda persona debe tomar durante la vida. Es obvio que los acontecimientos y las fechas marcan el tiempo, que incluso algunos están intrínsecamente inmersos en causalidades y repercusiones en el devenir poco azaroso y de gran libertad que es el devenir histórico, aunque no es lo más relevante la susodicha sucesión de fechas y acontecimientos.

Por ende, ante esta apabullante empresa del estudio de la historia, quizás más inconsciente que conscientemente, os hayáis interrogado, aun en medio del agobio de dirigir vuestra tarea a un exitoso examen, sobre el significado de la historia, sobre la utilidad –nunca he sido muy partidario del utilitarismo vital- de la historia. En nuestro estudio este curso de Historia del Mundo Contemporáneo, como siempre que he explicado historia, mi intención ha sido anclar el presente, en el que se desarrolla nuestra vida, en el pasado, que otros asentaron y nos han legado, para proyectar un futuro del que seréis los protagonistas. Y esto con la finalidad de que este protagonismo lo llevéis a cabo desde vuestra condición de ciudadanos libres.

Algunos de vosotros pensarán que todo eso está muy bien, pero no deja de ser una teoría vacua, y que desconoce qué es lo que se quiere justificar. Tengo que manifestar que no deseo justificar nada, simplemente responder que un ciudadano libre es un ciudadano autónomo con derechos y responsabilidades. No es, por tanto, un súbdito como en la Edad Moderna, sino una persona libre, artífice de la estructura social, política y económica que está en continua formación o, mejor, en continua transformación. La historia juega en este sentido un papel significativo, una tarea ardua mas no imposible: ayudar a esquivar la manipulación a la que pretenden someternos, mediante pseudovalores, los intereses de las élites hegemónicas. Estos falsos valores encuentran una intensa transmisión desde los medios de comunicación dominados por los poderes dominantes. Su finalidad es convertir al pueblo en una masa de ciudadanos dóciles, influenciables y manipulables. Es decir, de fácil control de las mentalidades y, por tanto, de dirigir sus comportamientos. Y, desde esta perspectiva, he pretendido que entendáis que la historia no es el estudio cansino de una sucesión de fechas y acontecimientos en los que los protagonistas son los que detentan el poder (emperadores, reyes, califas, emires, presidentes, papas, obispos, imanes, rabinos,…), sino que el protagonista de la historia es el pueblo. Sin embargo resulta complicado afirmar que este protagonismo ha sido libre a través de los siglos. En demasiadas ocasiones ha estado mediatizado por ideas y creencias difundidas, unas veces de manera sutil, otras de manera abrupta, por agentes al servicio del sistema establecido. De esta forma se han forjado unas mentalidades, un “imaginario colectivo” -palabra que gusta a los historiadores-, capaz de orientar los comportamientos, como siervos sumisos de los intereses del mencionado sistema de poderes.

Desde el análisis precedente, sobre el estudio de la historia se abre una nueva dimensión. Implica el conocimiento de las mentalidades, de ese imaginario colectivo, que ha movido en una dirección u otra las acciones del pueblo en el pasado (en este aspecto podría percibirse el sentido de la historia como maestra) con el objetivo de, evitando la manipulación, conseguir un grado mayor de libertad, que implicaría acceder a un mayor espacio de autonomía crítica. Desde esta óptica, la historia debe ofrecer una finalidad transformadora. Y en esto radica la función motivadora y su utilidad en la enseñanza. Lo que sucede es que, a veces, más de las que hubiera preferido, no sido lo suficientemente diestro de llevarlo a buen término.

El estudio de la historia como historia del pueblo, como historia de las conductas del pueblo, con sus momentos de sumisión, de aceptación pasiva de las circunstancias o de rebelión y revolución, nos obliga a tomar actitudes críticas ante la sociedad en que vivimos. Nos posibilita no sólo el conocimiento de hechos, sino también el análisis de estructuras -otra palabra que también gusta a los historiadores- políticas, sociales y económicas del pasado con el propósito de contribuir a hacer lo mismo sobre las estructuras, el sistema organizativo del presente, de la actualidad. Por ello, nos exigirá posicionarnos ante realidades de flagrante conculcación de los derechos humanos, nos exigirá combatir posturas machistas o xenófobas, nos exigirá apostar con radicalidad, en definitiva, por un sistema democrático y más igualitario.

Todo lo anterior podríamos adornarlo con ejemplos de lo que habéis estudiado durante la ESO y el Bachillerato (desde los orígenes del hombre hasta nuestros días), pero creo que no es el momento. Sois vosotros los que debéis realizar una reflexión y profundización desde los conocimientos que habéis adquirido.

Finalmente, una cuestión personal: ¿realmente yo, como profesor, he sido capaz de transmitiros lo que ahora os manifiesto? No lo sé. Lo he intentado, aunque de intentos no se vive. Sois vosotros los que os tenéis que responder. Algunos de vosotros sabéis que yo soy estudioso teórico en la oratoria. Los preceptistas, los maestros de la oratoria clásica española del Siglo de Oro español, decían que la finalidad del orador era triple: enseñar, deleitar y mover. Dicho de otro modo: poseer la habilidad suficiente para enseñar con agrado y entretenimiento, teniendo como meta impulsar al público, en este caso a los estudiantes, hacia transformaciones en la sociedad. ¡Ojalá haya conseguido, aunque sólo haya sido de manera exigua y algunas veces, este triple objetivo! Aunque también os digo que si, como os he ido manifestado, el fin último es ayudar a formar ciudadanos libres, el estudio de la historia – y de todas las asignaturas- no debe medirse por el grado de felicidad en el trabajo diario, sino en el grado de consecución de la categoría de ciudadanos. Sed conscientes de que el estudio supone trabajo, esfuerzo, sacrificio (palabra políticamente poco correcta en la actualidad), responsabilidad, pero convenceos de que es parte importante de vuestra formación como ciudadanos libres y autónomos, dispuestos a tomar decisiones sin miedo a equivocarse, porque el derecho a equivocarse debiera figurar en la Declaración de Derechos Humanos, ya que los errores podemos convertirlos en impulso formativo.

Para concluir, deseo expresaros, y con vosotros a todos los que han sido alumnos míos, mi pesar por los desatinos que he cometido en mi labor como profesor de historia, por no haber tenido la habilidad tantas veces de convertir la aridez en placer. Me siento, pese a todo, satisfecho de mi labor: soy un enamorado de la historia y de la profesión docente, y orgulloso de haber colaborado en la formación de varias generaciones de jóvenes. A su vez os quiero mostrar, ahora que me ha llegado el momento de la jubilación, mi agradecimiento porque habéis sido pieza importante en mi andadura vital, en mi desarrollo como persona. GRACIAS.

En el IES Macarena de Sevilla, a 22 de junio de 2016.

Miguel Ángel Núñez Beltrán

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