Visita al Panteón Real de San Isidoro, un tesoro sin parangón en ningún otro lugar. FERNANDO PASTRANO,
La Real Colegiata Basílica de San Isidoro (que este es su nombre completo) es un conjunto de construcciones religiosas que se han ido superponiendo y adosando a lo largo de once siglos.
En principio fue un sencillo monasterio que se construyó en el s.X junto a la muralla romana para albergar los restos de San Pelayo. Hoy es una iglesia, un claustro, un museo, una biblioteca, una torre… un grupo de edificaciones románicas con añadidos góticos, renacentistas, barrocos…
El museo custodia tesoros únicos, como el Cáliz de Doña Urraca (s. XI), que algunos identifican con el Santo Grial, o el Arca de los Marfiles (s. XI).
La biblioteca guarda 800 pergaminos, 150 códices y más de 300 incunables, entre los que destaca la Biblia visigótico-mozárabe del s. X.
El claustro románico es el más antiguo de España. Allí se celebraron las Cortes de León en 1188 y allí se redactó la Carta Magna Leonesa, reconocida por la Unesco como «el testimonio documental más antiguo del sistema parlamentario europeo».
Y domina el conjunto la llamada Torre del Gallo, coronada por una veleta en forma de gallo de cobre recubierta de oro, símbolo de la ciudad y de extraño origen oriental, posiblemente persa.
Con todo, la maravilla de las maravillas está muy cerca, a los pies de la iglesia: el panteón. En un cuadrado de solo 8 metros de lado, docenas de pinturas al temple (dicen los expertos que no hay que confundirlas con los frescos) recubren la totalidad de techos y muros.
Sobre las tumbas de 23 reyes y reinas, infantes y condes leoneses, los artistas hoy desconocidos desplegaron un libro de imágenes que narran el Evangelio como un cómic, única forma de que entendieran la historia los que no sabían leer, que entonces eran la inmensa mayoría.
Las figuras del Nuevo Testamento (desde la Anunciación a la Crucifixión), están vestidas con ropas medievales. De lejos puede dar la impresión de que se trata de mosaicos bizantinos, cuando en realidad es pintura sobre estuco.
Colores vivos que parecen pintados ayer; ausencia de perspectiva; volúmenes geométricos, como corresponde al más puro estilo románico.
Una maravilla que asombra y que tenemos la suerte de que esté muy cerca de todos nosotros.
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