“El español en Turquía”, por Pablo Martín
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Si bien hoy en día el español es un idioma que goza de una excelente salud en Turquía, se imparte en más de medio centenar de escuelas y una veintena de universidades, siendo una de las asignaturas más populares, no siempre ha sido así, ya que el origen de nuestra lengua en ese país coincide con la rivalidad hispano-otomana del siglo XVI. En aquellos tiempos, el español era el vehículo de comunicación de cautivos, frailes, renegados, espías y sefardíes. Aunque nuestro cautivo más importante, Miguel de Cervantes, no nos ha dejado un testimonio, sí lo tenemos de una de sus heroínas, Catalina de Oviedo, la Gran Sultana, que logró que el sultán Murat III cayera a sus pies. Menos fortuna tuvieron las renombradas menorquinas procedentes de la toma de Mahón en 1535 por parte de Barbarroja o Diego Galán, natural de Consuegra (Toledo), que nos ha dejado un interesantísimo documento de cómo era la vida de los cautivos en la capital otomana a finales del siglo XVI y el caso de un cautivo convertido en espía, Martín de Acuña, un vallisoletano a las órdenes de Felipe II cuya misión no fue otra que la destrucción de la flota otomana con la quema de las atarazanas y del arsenal del Cuerno de Oro.
Las paces entre Carlos III y Abdul Hamid en 1783 acaban con el cautiverio de españoles en Turquía y a partir de este momento serán los sefardíes los encargados de mantener viva nuestra lengua, eso sí, con su variante, el judeoespañol, un español preclásico trufado de étimos procedentes de las lenguas con las que estuvo en contacto; en un primer momento, el hebreo, tras su expulsión por las diferentes lenguas neorromances de la Península Ibérica, y posteriormente será influenciado por otros idiomas del entorno, como el griego o el turco y, sobre todo, por los dos más importantes del Levante a su llegada, el italiano y, a partir del siglo XIX, el francés —con la aparición de las escuelas de la Alianza Israelita Universal en 1860, muchos judíos empezaron a relegar el español en beneficio del francés—.
Durante la cuestión de Oriente, en la que Turquía se conocía como “el enfermo de Europa”, los intereses españoles en el Mediterráneo oriental fueron muy escasos, siendo básicamente el caso del canal de Suez, que agilizaba las comunicaciones con Filipinas. Por eso, es fácil entender que para los sefardíes de Estambul todo aquel que era hispanohablante era uno de sus correligionarios; de hecho, los judíos turcos tomaron consciencia de pertenecer al mundo del español cuando se populariza la radio y empiezan a escuchar tangos, boleros y, especialmente, a Julio Iglesias, que fue para nuestra lengua el mejor embajador que hemos tenido en esas tierras. Así, cuando yo me incorporé a la plantilla de profesores del consulado general de España en Estambul en 1992, eran numerosas las alumnas que se apuntaban a los cursos que impartíamos para entender sus canciones. Poco después, con la llegada de la televisión vía satélite, fuimos testigos de otro tipo de fenómenos de masas: Karlos Arguiñano, cuyas recetas de cocina fascinaban a nuestro alumnado.
La aparición del español en la enseñanza turca a finales del pasado siglo no dejaba de ser meramente testimonial: sendos departamentos de Filología Hispánica en las universidades de Ankara —en los años setenta— y Estambul —a finales de los ochenta—, unas pocas universidades que ofertaban español en las facultades de Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales o Traducción, colegios extranjeros como el francés o el italiano, las clases que dábamos en la Universidad Técnica de Estambul desde 1991 —en un primer momento en colaboración con el consulado de España— y alguna que otra academia de idiomas.
Esta situación cambió con la inauguración de la sede del Instituto Cervantes el 17 de septiembre de 2001, en la que un equipo joven, dinámico y profesional revolucionó la enseñanza del español en Turquía con nuevos métodos, equipos multimedia, cursos de formación para profesores de español como lengua extranjera (ELE), una biblioteca con un fondo muy importante de materiales y actividades culturales que acercaron la cultura del español a la sociedad de Estambul. Teniendo en cuenta que el Instituto Cervantes es, por su naturaleza, panhispánico, colaboramos con las embajadas hispanoamericanas de Ankara, así como con los hispanistas. Durante sus primeros años de vida, el Instituto Cervantes de Estambul se convirtió en un lugar de referencia para nuestra cultura e hizo que en otras instituciones se animaran a incluir el español en sus planes de estudio, como es el caso de la Universidad del Bósforo, una de las más prestigiosas en materia de humanidades, que hoy en día cuenta con trece profesores de ELE —uno de ellos becario del Ministerio de Asuntos Exteriores— y en la que el español es, tras el inglés, el idioma más demandado.
En estas circunstancias, se decidió dotar a Turquía de un director de programas educativos que logró el reconocimiento de los diplomas DELE, organizados y coordinados por el Instituto Cervantes, que cuentan con centros examinadores en Estambul, Ankara, Izmir y Antalya, habiendo logrado el presente año más de 1.200 inscripciones, la mayoría en su modalidad escolar. El hecho de que el DELE y la prueba de conocimientos constitucionales y socioculturales de España (CCSE) sean requisitos para obtener la nacionalidad española por residencia o para los sefardíes en las leyes aprobadas el pasado año ha supuesto un espaldarazo por parte del Ministerio de Justicia a estos diplomas; hay que tener en cuenta que la certificación es un factor clave en la adquisición de niveles de calidad adecuados para nuestro idioma.
Según los datos de una reciente encuesta, el español es en Turquía una de las lenguas que más interesa a los alumnos. Los motivos son varios: el número de hablantes, Hispanoamérica y el resto del continente —como EE. UU.—, factores socioculturales como el fútbol, el flamenco, el tango o el pasado andalusí y ciudades como Barcelona, Madrid o Bilbao. Lo cierto es que la imagen del español es claramente positiva y se va consolidando como la tercera lengua extranjera que más les interesa, por detrás del inglés y del alemán, pero por delante del francés y del italiano, y cuyo conocimiento consideran un valor en alza a la hora de incorporarse al mercado laboral.