Todos los nombres del campo andaluz

El historiador Jesús Manuel González Beltrán publica una monografía, ‘Entre surcos y penurias’, en la que saca del anonimato y da voz a los asalariados del agro en la Andalucía Occidental del siglo XVIII, un grupo que fue germen de las primeras reivindicaciones laborales en la zona y del concepto de subsidio. 

 
 
 

Peones, gañanes, trabajadores del campo, cavadores, braceros y jornaleros… Hay muchos sinónimos para referirse a los asalariados del agro andaluz pero rara vez en la historia moderna les han llamado por sus nombres. Bartolomé Galindo (46 años, soltero, de Mairena del Alcor), José Cañado (32 años, casado y con cuatro hijos menores, vecino de Zahara de la Sierra), Juan Covano (62 años, viudo y sin hijos, natural de Paradas)… Así hasta más de 250.000 personas que, a finales del XVIII, labraban algo parecido a un futuro en las tierras de Andalucía occidental.

El catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Cádiz,  Jesús Manuel González Beltrán (El Puerto, 1962), ha sintetizado en una monografía, Entre surcos y penurias. Asalariados del campo en la Andalucía occidental del siglo XVIII, más de una década de investigación por archivos y protocolos notariales para, de alguna manera, sacar a estos trabajadores del anonimato, del silencio y del olvido.

“En este libro —alude su autor al otro lado del teléfono— damos voz y conocemos mejor a un grupo que era prácticamente desconocido. Aunque todo el mundo sabía que existía, no se conocían sus condiciones de trabajo, cómo eran sus familias… nos imaginábamos que lo pasaban mal, pero qué significa eso: cuánto ganaban, cuántas horas trabajaban… Se ha negado su existencia y la mayoría de las veces se les ha considerado campesinos sin más, cuando, en realidad, eran asalariados puros y duros”.

Personas que, como explica el investigador, “merecen un reconocimiento de algún tipo porque son el pasado de muchas generaciones de andaluces; pongo cuatro nombres desconocidos pero esas personas ahí están; vamos a los padrones y están, junto con 250.000 personas más que, como ellos, se dedicaban a cultivar la tierra cobrando un sueldo por ello. Haciendo un análisis de los padrones y los vecindarios, se descubre que el 75% de estas personas solo obtenía ingresos trabajando la tierra de otros”.

En este contexto, lo que queda probado en el análisis de González Beltrán es que, “sin ellos, sin su esfuerzo, hubiera sido imposible la explotación agropecuaria del campo andaluz, pero su significación en la historia andaluza no termina de ser reconocida. Su invisibilidad en los estudios de historia agraria, de historia social, de la historia del trabajo, salvo escasas excepciones y reducidas al periodo de la Edad Contemporánea, es un hecho aceptado sin más”.

“Quizás es que los historiadores somos un poco cómodos y siempre acudimos a los temas en los que es más fácil encontrar documentación”, se justifica el profesor y escritor portuense. Efectivamente, este grupo está compuesto, mayoritariamente, por personas analfabetas que no dejaron constancia documental de su vida y actividad, lo que encarece sobremanera llegar hasta las fuentes, que principalmente son indirectas. Sin embargo, era de justiciar emprender este esfuerzo. “Estamos ante uno de los grandes grupos sin voz en la historia de nuestro país. Cuando hay un Marqués de Vallehermoso o un Conde de Montegil, a quién le interesa un tal Bartolomé Galindo…”.

Asalariados de labranza en un grabado de la Edad Moderna.

En La España vacía, el periodista Sergio del Molino escribe que cualquier pueblo rico de España nunca fue tan rico como un pueblo pobre de Francia o Alemania. En dos décadas de mediados del siglo pasado, los pueblos rurales del país sufrieron un éxodo masivo. No había quien aguantara más miseria y calamidad en el campo. Pero la cosa ya venía de mucho más atrás.

A finales del XVIII, miles de personas malvivían gracias al campo labrando las tierras de otros. Y, en muchos casos, lo hacían a cambio de dos comidas al día, lo que obligaba a sus familias a buscar el sustento en las limosnas de la Iglesia. “Es importante, a pesar de los grandes cambios experimentados en la sociedad actual, recordar de dónde venimos, reivindicar un pasado que parece lejano, pero que, a la larga, no hace sino reproducirse bajo nuevas apariencias”, reza la sinopsis de un trabajo que, a pesar de los siglos transcurridos, podría decirse que está de plena actualidad.

“Hoy en día podíamos hacer un libro que bien podría titularse ‘entre la barra del bar y las penurias’, por la gran cantidad de gente que se dedica a la hostelería con sueldos de miseria”

“Hoy en día podíamos hacer un libro que bien podría titularse entre la barra del bar y las penurias, por la gran cantidad de gente que se dedica a la hostelería con sueldos de miseria. Hablamos en el libro del siglo XVIII, con una economía plenamente agrícola que es la que mandaba, pero hoy en día, con la cuestión turística, podría ser equiparable a estas situaciones”, explica González Beltrán, que acaba de presentar el libro en Jerez, núcleo fundamental del estudio (gracias a la “gran masa documental” que maneja su Archivo) junto con otras localidades de la provincia, Sevilla y Málaga.

En esta investigación, antes que nada, “hacemos una conceptualización sobre qué era el trabajador del campo y cómo vivía”. Aquí resalta, como puede intuirse, que “sus condiciones eran pésimas, en el sentido de que se enfrentaba a jornadas de sol a sol, de hasta 18 horas en verano; y en los contratos se observa que muchas veces iban a trabajar simplemente por la comida, sin recibir ningún tipo de emolumento”. Cuando recibían un salario, en función del grado de dificultad de la faena agraria, podían recibir hasta 7 reales de vellón, pero de media estaban en un sueldo anual un 50% inferior al de la época.

“Todo esto hay que analizarlo en el contexto de la época”, matiza el historiador, quien apunta, hilando nuevamente con la actualidad, que “a lo mejor dentro de 100 años analizan nuestras condiciones de trabajo y dicen que son totalmente injustas; en muchos casos ya en parte se puede decir”.

Manu García – González Beltrán ha presentado en Jerez, en el salón de la ONCE, su nuevo libro, junto a José Antonio Mingorance y José Marchena.

En sus casi 200 páginas, Entre surcos y penurias dedica buena parte de su contenido a analizar y mostrar la “conflictividad latente que ya empezaba a haber en el agro andaluz”. Y aquí llegan las matizaciones del autor. “En el estudio nos damos cuenta de que los grupos marginados, a nivel social y laboral, de alguna forma, siempre plantean sus fórmulas de resistencia o de reivindicación. Se tiene planteado que en la Edad Moderna no hay problemas de este tipo, que todo es una balsa de aceite y no hay enfrentamientos, pero aquí empiezan a verse las primeras huelgas o, al menos, medidas de resistencia pasiva…”.

Estamos sumergidos en el contexto del siglo XVIII, de esa sociedad y de la dominación que existía porque, entre otras cosas, no había derecho a la huelga, ni sindicatos, ni negociación colectiva. Habrá que aguardar todavía muchas décadas para poder hablar de organización sindical, de obreros organizados, de levantamiento campesino en la zona.

En ese momento de la historia, no puede hablarse ni siquiera de los primeros indignados. González Beltrán lo argumenta: “Los jornaleros, en sus reivindicaciones, no plantean un cambio de las estructuras políticas o administrativas, no quieren cambiar la sociedad, solo quieren mejorar su situación personal o como grupo: que les paguen más, trabajar menos horas… A partir de ahí, no hay una lucha por entrar en las instituciones o cualquier otra cuestión que en los siglos XIX o XX ya están más claras. Es una mezcla de resignación y reivindicación, pero no es indignación. Admiten ese sistema social y político, pero al menos que mi situación mejore”.

“Los jornaleros, en sus reivindicaciones, no plantean un cambio de las estructuras políticas o administrativas, no quieren cambiar la sociedad, solo quieren mejorar su situación personal o como grupo”

El catedrático portuense, que ha querido respetar una “base científica” pero intentando que sea “un libro asequible y al que cualquier interesado pueda acceder, que no asusta”, aborda la cuestión de esa conflictividad germinal entre los asalariados del campo a partir de ejemplos de la época. En Jerez, sin ir más lejos, “estamos ante una cuestión de orden público bastante importante. Hablamos de entre 4 y 8.000 trabajadores, y en el libro narro un caso concreto de un regidor que va a colocar a unas cien personas a trabajar en un camino y, de pronto, se encuentra con que hay allí más de 1.000. Los otros 900 le responden que se van si les da comida; al final, el regidor sale corriendo por patas a contarlo en el Ayuntamiento y, aunque les llamen chusma analfabeta, saben que ahí tienen un problema. No hay nadie organizado, pero esa es la reivindicación y está presente”. 

Esta “resistencia cotidiana” —como la denomina González Beltrán— en el campo andaluz del siglo XVIII no estaba exenta de medidas represivas. Sin embargo, no hay apenas fuentes judiciales anteriores al XIX porque eran fundamentalmente los alguaciles mayores de los ayuntamientos quienes directamente tenían potestad para imponer multas y penas por estos “hechos delictivos”. Reclamar pan o manifestarse por ello (más de dos jornaleros juntos ya era considerado manifestación), según edictos municipales de la época, podía acarrear 5 reales de multa o incluso días de prisión. Sin embargo, las medidas coercitivas no impedían la reivindicación. “Si contactamos con la época actual —abunda el autor—, vemos que ahí es cuando empieza a darse eso de exigir a las autoridades unos trabajos públicos a cambio de esa limosna, podemos hablar de los precedentes del PER.

Y podemos hablar de los primeros subsidios, unos subsidios que vienen por reivindicación, no por resignación. A las autoridades no les mueve el corazón, es que la gente se lo exige. Se dice ahora que la gente solo busca un subsidio, pero a lo mejor es la adaptación de esos grupos al contexto de la época, es una estrategia y, a veces, parece que es más fácil conseguir una paguita que encontrar trabajo, son estrategias de supervivencia”. “¿Qué es más fácil hoy en día?”, interroga.

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