Arqueólogos estadounidenses han descubierto en el Archivo General de Indias, en Sevilla, la lista de las personas que a fines del siglo XVII partieron desde Filipinas rumbo a México a bordo de un galeón que creen que se hundió frente a las costas de lo que hoy es Oregón

La Sociedad Arqueológica Marítima (MAS) con sede en Astoria (Oregón) lleva más de 12 años investigando la historia del naufragio de la cera de abejas, así llamado porque a lo largo de los siglos se han encontrado en las costas de la zona bloques de cera y velas procedentes del barco, que se cree que es el Santo Cristo de Burgos, que zarpó de Filipinas en julio de 1693.

Hasta ahora no se han localizado los restos de este barco que estaba bajo el mando del general Bernardo Ignacio del Bayo y nunca llegó a su destino: el puerto de Acapulco (México). Manzanitas, un pequeño pueblo costero de Oregón con nombre español, sería el punto terrestre más cercano al lugar del hundimiento. El último descubrimiento de los arqueólogos de MAS ha sido la lista con los nombres de las 231 personas que iban a bordo, de las cuales algunas sobrevivieron y se asentaron temporalmente en una zona que en 1693 no había sido colonizada.

Náufragos en el Nuevo Mundo

La lista fue hallada en el archivo sevillano, donde se guarda una ingente cantidad de documentación sobre la conquista y colonización del Nuevo Mundo. El arqueólogo Scott S. Williams, investigador principal del proyecto «Beewax Wreck», señala a Efe que «la lista de pasajeros es interesante porque a menudo, con naufragios antiguos, las personas están más interesadas en el tesoro que en el factor humano».

«Había 231 personas en el barco y se sabe que muchas sobrevivieron al naufragio y se asentaron temporalmente en estas tierras dejando descendencia. Muchas personas de la época, incluso los marineros, no sabían nadar y la costa de Oregón es muy traicionera por su agua fría y grandes olas», agrega.

Según la lista, «aproximadamente 170 de los hombres a bordo eran españoles, incluidos nobles, militares y clérigos, así como marineros comunes. Alrededor de 64 miembros de la tripulación eran hispano-filipinos, chinos, malasios y posiblemente japoneses y africanos», señala.

El Santo Cristo de Burgos era lo que se conoce como un «galeón de Manila» o «Nao de China», barcos que durante aproximadamente 250 años, desde 1565 a 1815, cruzaban una o dos veces al año el Pacífico desde Filipinas, entonces parte del imperio español, hasta la costa mexicana con productos asiáticos y luego regresaban.

Parte de las mercancías del galeón de Manila desembarcadas en la costa mexicana del Pacífico eran llevadas por tierra hasta Veracruz, donde se embarcaban rumbo a España. «Eran los barcos más grandes de su época», subraya Scott Williams.

A lo largo de los siglos no solo han llegado hasta la costa del noroeste de Estados Unidos muchos bloques de cera de abeja marcados con símbolos de envíos españoles y «velas grandes destinadas a las iglesias, monasterios y hogares», sino también restos de «porcelana china azul y blanca diseñada para el mercado europeo».

Propiedad de España

La historia del naufragio ha sido documentada en escritos y en la prensa local. Fueron los indios Nehalem los que hablaron del hundimiento del barco a los primeros blancos llegados a la zona mucho después que los españoles sobrevivientes.

Williams afirma que España llevaba todos los registros de una forma muy precisa y así se sabe que en esa época sólo dos galeones de Manila se perdieron. «Sabemos que el barco zarpó de Filipinas corto de tripulación», por lo que si sufrió daños en una tormenta a sus ocupantes les resultaría más difícil repararlos. «Habrían estado tratando de llegar a Acapulco lo más rápido posible, sin parar en busca de comida o agua», añade.

El arqueólogo afirma que la Sociedad Arqueológica Marítima no tiene recursos para buscar el galeón hundido, pero «tal vez alguna otra institución ayudará» y seguramente «lo encontraremos el próximo año».

Williams dice que el galeón pertenece a España y que el estado de Oregón tiene leyes de protección de naufragios muy restrictivas que establecen que «cualquier material recuperado debe ir a un museo, no a manos privadas o al mercado de antigüedades».

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