Carlos II, el desconocido, y sus economistas

Carlos II, retratado por Juan Carreño de Miranda.

La imagen “hechizada” de Carlos II es uno de los grandes logros de Luis XIV, que consiguió venderle a Europa el retrato de un Imperio español putrefacto, que iba a ser rescatado de su atraso y pobreza por medio de las reformas sabias y modernas de un Borbón. Lo de un Borbón desliando problemas económicos tiene mucha gracia, considerando que el autoproclamado Rey Sol llevó a Francia a un desequilibrio presupuestario que provocó quiebras en cadena y un desastre hacendístico que nadie pudo dominar y acabó en la Revolución Francesa (1789). Exactamente lo contrario que hizo Carlos II. En cuanto se abre un libro de texto que trate este periodo, zas, aparecen las reformas borbónicas. Como un mantra. Las de Carlos II nunca se mencionan. Luego resultó que el príncipe salvador comenzó por gastarse el superávit y más tarde pasó dos décadas necesitado de una camisa de fuerza. Pelillos a la mar.

Vamos entonces con los dineros, pero antes, para ir animando al lector a reflexionar, conviene tener presente que Carlos II fue rey durante aproximadamente un cuarto de siglo y que el episodio chusco del exorcismo fue una tontería que duró unos pocos días, fruto de la iniciativa de un cura extranjero, con el rey prácticamente inconsciente, y que acabó por las bravas en cuanto el inquisidor general, el muy expeditivo don Baltasar de Mendoza y Sandoval, se enteró y mandó detener a aquel idiota, si no era otra cosa. Fue inmediatamente expulsado de España. Fin de la historia.

Cuando Carlos II subió al trono, después de la larga regencia (1665-1675) de su madre Mariana de Austria, tenía 14 años y era muy consciente de sus limitaciones. Incluso exageradamente consciente. Sus dolencias infantiles la habían impedido recibir una educación normal y sabía que no sabía todo lo que un rey debía saber. Por ello procuró rodearse de hombres que estaban sobradamente capacitados. Le preocupaba especialmente, entre otros asuntos, el problema de inflación galopante que padecía el reino. Fueron Fernando de Valenzuela y Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, quienes comenzaron el programa económico encaminado al control de la inflación y el déficit. Continuó luego el Duque de Medinaceli, don Juan F. de La Cerda, cuyas medidas lograron en cinco años la mayor deflación de la Historia.

Esto naturalmente provocó un aumento del déficit en la hacienda real que fue corregido por el Conde de Oropesadon Manuel J. Álvarez de Toledo, y otros expertos nombrados por él en la recién creada Superintendencia General de la Real Hacienda, auténtico think tank de los economistas del rey.

El conde comenzó estabilizando la deuda con un control férreo del gasto público innecesario o prescindible. Oropesa escribió: “Limitar los tributos es asegurarlos y conseguirlos. Siendo pocos y regulares se logran y excediendo la proporción se confunden. “Uno debe cobrar el príncipe y pagar los vasallos: lo demás son arbitrios de la opresión y ahogo” (Jaime Hernán-Pérez Aguilera, La decadencia española del siglo XVII: monarquía, intervencionismo e inflación. Una interpretación en la perspectiva de la escuela austriaca. Es tesis doctoral, premio extraordinario, 2016).

Ministros, banqueros, hombres de negocios y personal de las cecas y casas de monedas son llamados a consulta. Téngase en cuenta que lo que Oropesa quiere conseguir es la cuadratura del círculo: deflacionar y reducir el déficit al mismo tiempo. Se apoya en técnicos formados en la Casa de Contratación como Carlos de Herrera, antiguo consejero de Indias o José de Veitia, antiguo tesorero de la Casa de Contratación, que trazaron planes para reavivar el comercio trasatlántico y que atacaron con medidas vigorosas los abusos más flagrantes en materia de penetración comercial extranjera en Cádiz y Sevilla. Pero Oropesa tuvo que desaparecer no solo de Madrid, cuando fue expulsado de la corte, sino de los libros, porque se opuso con empeño a la posibilidad de un heredero francés.

Carlos II recibió una situación económica muy complicada. A su muerte dejó España con mejores salarios, menos impuestos y la hacienda saneada. Alguien debería ponerse a averiguar cuál era la fórmula del hechizo. Quizás sirviera ahora.

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