Juan Ignacio Carmona: «La Sevilla que descubro es como la de Murillo, pero con menos dulzor y suavidad»

Es un libro que resulta imprescindible leer. Es el resultado de muchos años de investigación en archivos que dieron como resultado una obra donde la realidad está peleada con el tópico. Sevilla, la Sevilla real de aquellos siglos, está encerrada en esas páginas que le declaran la guerra al cuento y a la fantasía de la historia con minúsculas.

Carmona ha centrado su vida en trabajar e investigar sobre los hospitales, la pobreza, la enfermedad y la peste. De este cinematográfico tema tiene un libro fundamental para conocer los avatares de una ciudad asolada por la misma. Le gusta pasear por la Sevilla intramuros. Y no comulga con el «miarmismo» sevillano ni con el «mejormundismo» que, como una epidemia, nos asola.


Juan Ignacio Carmona acaba de publicar «Crónica urbana del mal vivir» – Vanessa Gómez

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Disculpe que sea tan gráfico: se sostiene que la Sevilla americana era un río de plata cuando la realidad es que fue un río de mierda.

(Risas). Ambas cosas. Por un lado fluyó mucha plata pero las características higiénicas de la ciudad dejaban mucho que desear.

Si nos transportaran a aquella ciudad, ¿qué nos repugnaría?

Difícil concretar. Quizás la insalubridad reinante, el mal olor ambiente, la contaminación del aire y del río, el desamparo social de las clases populares y los periodos de hambre.

Usted nos descubre una ciudad con estercoleros en las murallas, muladares intramuros y calles convertidas en sentinas donde era natural dejar lo que se deja en un orinal…

Así es. En un orinal o en un váter. También te encontrabas con todo tipos de residuos de las industrias cárnicas, textiles, pescaderías.

Era un exceso de optimismo llamar pavimentación al empedrado de las calles…

La pavimentación era muy deficiente. Era una ciudad de polvo y lodo. Pero hay que dejar constancia de que Sevilla no era una excepción y este panorama era común a las principales ciudades europeas.

Las costumbres no eran muy aseadas. Lo de los orinales arrojando su contenido por las ventanas estuvo reglamentado municipalmente en sus horarios…

Hay innumerables disposiciones municipales para combatir estas costumbres, pero nunca se pudo atajar. La ciudad era un contenedor de suciedad, desperdicios y cadáveres de animales.

Su libro nos descubre una ciudad insalubre y de un hedor insoportable. Al menos para nosotros.

Al día de hoy, nosotros seríamos incapaces de vivir en aquel contexto tan nocivo. En aquellos siglos era lo normal, lo cotidiano.

Los cementerios de las parroquias intramuros tampoco ayudaban. Hay quejas vecinales y eclesiásticas de enterramientos al descubierto en la plaza de El Salvador.

Efectivamente. Se convertían en focos de insalubridad y mal olor, cuando no de infecciones, dado la forma en la que se producían los enterramientos, de manera muy superficial. No era infrecuente contemplar escenas muy macabras con restos visibles y animales devorando estos restos.

La higiene ambiental corre pareja a la personal. Parece que el baño estaba contraindicado para la salud.

Es otro problema añadido. La higiene personal era muy deficiente y la costumbre era no bañarse o lavarse el cuerpo. Aunque pueda sorprendernos, la propia literatura médica lo aconsejaba así.

Parece que lo de la ciudad de los cien hospitales también es una deformación histórica o una mala lecturas de los textos históricos.

Es un dato falso, erróneo. Se ha confundido el término de hospital con instituciones que no tenían dimensión sanitaria. Sí caritativas. Pero no clínicas. A ver si de una vez por todas negamos ese tópico de los numerosos hospitales que habían en Sevilla.

Las normas hospitalarias eran muy restrictivas. Por ejemplo, había centros donde si no tenías fiebre, no ingresabas para curarte…

Es otra cuestión a destacar, los pocos hospitales que habían no eran hospitales generales. No admitían a cualquier tipo de enfermos. Eran muy selectivos a la hora del ingreso del enfermo.

No es fácil deducir que la salud general del sevillano de entonces debió ser muy precaria.

Totalmente de acuerdo. Las enfermedades y dolencias corrientes las soportaban los ciudadanos en general.

¿Qué significó Mañara en el ámbito asistencial de la época?

El hospicio y las enfermerías creados por Mañara fueron importantes porque atendieron a todo tipo de necesitados. No se hacía una selección de quienes llamaban a sus puertas.

Mulatos, negros y moriscos, que formaban el peldaño más bajo de aquella sociedad, ¿eran aún más vulnerables a una ciudad tan excluyente?

Por supuesto que sí. Constituían los sectores marginales y normalmente excluidos del sistema.

Las hambrunas también acosaban a una población ya tocada por enfermedades. ¿Morirse de hambre era tan común?

No resultaba infrecuente. Cada cierto tiempo se producían crisis de subsistencia y se producían muertes por inanición.

Todo lo que usted nos descubre podemos verlos en los cuadros más realistas de Murillo…

Pero con menos dulzor y suavidad.

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