Arte íbero.- “Una familia maldita”, por José Luis Rodríguez Sánchez – Daniel García Parra

Enlace (16 de julio de 2018): 

http://www.aasafaubeda.com/index.php/informacion-o-insinuacion/4831-una-familia-maldita

 

Hace unos dos mil quinientos años, en la ciudad de Ipolka(a la que los romanos llamaron Obulco), la actual Porcuna en Jaén, vivía y moría una familia rica y poderosa. No me preguntéis por su nombre, porque el tiempo y las ambiciones humanas han hecho que se perdiese de la memoria.

En la época de la que hablamos (s. V a. C.), la cultura ibera se encontraba en todo su esplendor. La agricultura y ganadería era rica, produciendo los suficientes excedentes como para permitir una diversificación profesional muy desarrollada: agricultores, artesanos especializados en cerámica, metalurgia, joyería, comerciantes, guerreros…, incluso artistas. Pero su verdadera riqueza procedía de la minería.

Toda la Sierra Morena, desde Huelva hasta Jaén, era rica, riquísima, en minerales como cobre, hierro, plomo de los que estaban sedientos los mercados de oriente: egipcios, asirios, hititas y demás naciones que hoy llamaríamos superpotencias, basaban su poderío militar en los artefactos y armas construidos en bronce; seguramente, los hititas habían introducido ya la metalurgia del hierro, material que marcaba la diferencia entre ejércitos conquistadores o los derrotados. De todo eso, nos sobraba en las oscuras laderas de nuestra sierra meridional. Faltaba el estaño, esencial para fundirlo con el cobre en la fabricación del bronce, pero ese mineral se traía de las Casitérides (actuales islas británicas), también vía Andalucía.

 Los intermediarios de ese comercio, que hoy llamaríamos global, eran los fenicios. Eran ellos los que, a cambio de los minerales estratégicos, inundaron los mercados de Tartessos y las posteriores ciudades ibéricas de oro, plata y productos de oriente. Esto produjo en la sociedad ibera, de inmediato, una fuerte estratificación social: ricos y pobres, para entendernos (como siempre). Quienes controlaron el comercio con los fenicios se enriquecieron y mucho. Los demás, a currar en la mina, en la forja o haciendo botijos.

 

 A ese estamento rico y poderoso pertenecía nuestra familia de Porcuna. Tan rica, que se pudieron permitir que sus enterramientos se ornasen con magníficas esculturas de ellos mismos y sus animales. Ellos, endiosados con sus magníficas armas y armaduras, escudos y cascos y toda la parafernalia del poderoso. Los vemos luchando, cazando o matando leones con las manos (qué manía; a lo de matar leones me refiero: desde Assurbanipal a Sansón, el que no mataba un león parecía ser un don nadie).

Pero la ambición siempre acaba estrellándose ante otro más ambicioso que tú. Es de suponer que en alguna lucha por el poder, los miembros de esta familia fueron desenterrados de sus cistas, que son las tumbas donde reposaban sus cenizas en precisas vasijas de cerámica, y trasladados a una fosa anónima.

Sus esculturas fueron derribadas y destruidos sus rostros en piedra, para que no quedase memoria ni de ellos ni de sus hazañas (como por la misma época, más o menos, hacía Tutmosis III con su madrastra, la fenomenal reina Hatsetsup). Tal nos cuenta al menos el profesor Ricardo Olmos, estudioso del caso. Sic transit gloria mundi, que decían los romanos muy duchos en eso de matarse unos a otros.

Será en 1974 cuando se empiecen a excavar los restos en Cerrillo Blanco. Allí, tirados y amontonados de cualquier manera, junto a un antiguo cementerio tartesio, encontraron los profesores Navarrete y Arteaga los espectaculares restos de aquella familia que nos dejan asombrados ante su magnificencia, muestra del extraordinario desarrollo de las sociedades iberas del sur de nuestra península.

Cerrillo Blanco es un túmulo funerario, un enterramiento del siglo VII a. C., donde este grupo nobiliario se hizo enterrar en un espacio circular de 19 m de diámetro, en la cota máxima de la meseta de Alcores. Dos siglos después, será el principal enclave de la ciudad ibérica de Ipolka. Se construyeron 24 tumbas de inhumación de fosa simple y una tumba principal hecha con grandes piedras. Y en la misma época, este grupo escultórico ibérico, previamente destruido, fue enterrado en zanjas alrededor del antiguo túmulo funerario. A partir de ahora, se creará una necrópolis ibera de incineración hasta el s. II a. C. El cerro seguirá siendo lugar funerario y de culto.

Las estatuas descubiertas debieron pertenecer a algo semejante a un “heroon“, un mausoleo dedicado a una familia noble y poderosa, que podía permitirse contratar a unos escultores como no se habían visto nunca. Para entender aún más la importancia de los restos, hay que tener en cuenta de que se trata de un conjunto, y no de piezas aisladas, como los exvotos que se han encontrado en los santuarios, y que estaban hechos para ser expuestos y no enterrados en una tumba, como en el caso de la dama de Baza. Por eso, se coincide en que se trataría de los restos de un monumento dedicado a la memoria heroica de un grupo aristocrático familiar, que dominaría en la zona hacia mediados del siglo V a. C.

También sabemos que el conjunto fue destruido con saña a comienzos del siglo IV a. C. y que, sobre todo, fueron hechos añicos los rostros y los atributos aristocráticos de los hombres representados. Esta acción nos indica un deseo especial de destruir la memoria de los representados o de lo que suponían, seguramente por un clan rival. Con posterioridad a este episodio de destrucción alguien debió reunir los restos y los ocultó en una zanja dentro de una antigua necrópolis tartésica en desuso desde el siglo VII a. C., donde se han descubierto. La elección del sitio parece un intento de vincularlo a ese pasado ilustre.

 

Todas las esculturas son hechas de la misma piedra, una arenisca fina que se obtuvo en las canteras de Santiago de Calatrava, localidad situada 20 kms al sur de Porcuna. Problema que nos surge: ¿cómo se trajeron?

La mayor parte son estatuas de bulto redondo, pero también hay medios altorrelieves. Los tamaños de las figuras difieren,desde el tamaño natural hasta los 1,20 cms. Su estilo, muy definido, nos hace pensar que son de un mismo taller. La cronología del conjunto se sitúa sobre el 470 a. C.

 

 

La exposición museística, muy conseguida, muestra un todo coherente, donde cada pieza tiene significado propio, que añade al valor conjunto de toda la obra.

En el lenguaje ibérico, los animales son metáforas del poder. El toro, símbolo de la fecundidad, encarna la fuerza del guerrero.

El águila, con las alas desplegadas, es una metáfora del príncipe poderoso. La esfinge, de claro influjo oriental se asocia a la realeza.

La grifomaquia, en la que el hombre lucha con una fuerza irracional de la naturaleza para convertirse en héroe y obtener su fuerza al darle muerte. La escena se relaciona con la mitología mediterránea (Hércules?).

Los guerreros representan a la élite aristocrática que resultan victoriosos. A los vencedores, bien armados y pertrechados, se les oponen los vencidos, escasamente preparados. El jinete desmontado alancea al enemigo caído.

Se recomienda la visita al Museo, o en su defecto, el visionado del siguiente vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=1b1FC8mc4Ug

Por admin

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