A los 100 años de su enterramiento en San Antonio de la Florida
- Ángel del Río. Cronista de la Villa. 07 de abril de 2019.
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Madrid ha buscado, con escaso éxito, los restos mortales de sus hijos, naturales o adoptivos, más prestigiosos e insignes, desaparecidos y olvidados. Los últimos fueron los de Miguel de Cervantes. Sólo se hallaron unos cuantos huesos en un osario común, junto con los de otras personas. Pese a los esfuerzos que se han hecho desde mediados del pasado siglo, no han podido ser localizados los de Quevedo, Lope de Vega, Calderón o Diego Velázquez.
Ahora, algunos colectivos culturales, sociales y de instituciones matritenses, piensan que la nueva Corporación que salga tras las elecciones de mayo, podría asumir el compromiso de volver a intentar la búsqueda de la cabeza de Francisco de Goya, para que la memoria histórica no se limite sólo a épocas y episodios determinados. Y es que se cumplen 100 años del último enterramiento de los restos del pintor de Fuendetodos, en la madrileña ermita de San Antonio de la Florida, donde permanece su cuerpo decapitado.
Goya muere en Burdeos, el 16 de abril de 1828, y allí es enterrado en el cementerio de La Chartreuse. Durante 52 años, sus restos permanecen en el olvido, hasta que en 1880, una casualidad, o curiosidad, del destino, hace que el entonces cónsul de España en esa localidad francesa, Joaquín Pereyra, dé con la tumba donde estaba sepultado el pintor aragonés. En aquel cementerio tenía el diplomático enterrada a su esposa, y en una de sus frecuentes visitas, descubrió la tumba de Goya. Pereyra escribe a su amigo, Manuel Silvela, y le cuenta el hallazgo, el estado ruinoso en el que se encuentra la tumba y el riesgo de que, con el paso del tiempo, los restos del pintor aragonés, puedan acabar en un osario común, lo cual le parece injusto e indigno para un genio de la pintura. En esa carta le pide a su amigo, que haga gestiones para que el gobierno de España se implique en la exhumación y traslado a España de los restos de Goya.
Panteón en San Isidro
Ante esta misiva, las Cortes españolas asumen el reto, y destinan un presupuesto para que se le construya un panteón en el cementerio madrileño de la Sacramental de San Isidro, un proyecto que no se hace realidad hasta 1886; sin embargo, hasta dos años después de este acuerdo, no se dirigió el cónsul al Ministerio de Instrucción Pública, para solicitar que se verificaran los requisitos necesarios para el traslado de los restos de Goya a España, ya que no se había consignado la partida presupuestaria correspondiente para atender a los gastos de esa operación.
No si muchas dificultades, se salva la barrera económica, y en noviembre de 1888, se procede a la exhumación del cadáver. Pero la sorpresa llega cuando se abre la tumba y aparecen dos cajas, una, forrada de zinc, y otra, de madera, sin ninguna placa identificativa. En la primera, aparece el esqueleto completo de una persona, que corresponde al amigo y consuegro del pintor de Fuendetodos, Martín Miguel Goicoechea; en la otra, todos los huesos de un cuerpo humano, excepto la cabeza.
Todo hace pensar que ese esqueleto decapitado es del pintor, a tenor del tamaño de sus tibias y de los restos de un tejido de seda de color marrón, presumiblemente del gorro con el que fue enterrado Goya. El cónsul, todavía perplejo por el hallazgo, envía un telegrama al Gobierno español: «Esqueleto de Goya, no tiene cráneo», y desde el Gobierno le responden: «Envíe Goya, con cráneo o sin él».
La tramitación burocrática fue lenta, surgieron muchas dificultades, y hasta el 5 de junio de 1899, los restos del pintor no pudieron salir de Burdeos. Lo hicieron a bordo del furgón 132 del ferrocarril, con destino a Madrid. Provisionalmente quedaron en la cripta de la Colegiata de San Isidro, hasta que en 1900 fueron inhumados en la Sacramental de San Isidro.
Pero no sería éste su destino definitivo, porque, en 1919, hace ahora 100 años, fueron llevados hasta la ermita de San Antonio de la Florida y depositados bajo la cúpula que el mismo Goya había pintado, lugar en el que permanecen sepultados desde entonces.
Hipótesis barajadas
Desde que se descubrió que el cadáver estaba decapitado, se hicieron múltiples pesquisas para intentar encontrar la cabeza. Se barajaron varias hipótesis basadas en documentos, testimonios e investigaciones. Versiones distintas, desde que Goya podía haber pedido a sus albaceas que, a su muerte, le separaran la cabeza del cuerpo y la enterraran en Madrid, hasta que él mismo dejara dicho que se donara a la ciencia para su estudio, o que, sin dejarlo por escrito, le fuera separada del tronco nada más fallecer, para que los científicos estudiaran su privilegiado cerebro, incluso que el pintor dejara dicho a su amigo, el doctor Laffargue, que se la cortara y llevara a su laboratorio, en el asilo de San Juan, de Burdeos, para realizar un estudio frenológico, que pudo haberse llevado en secreto y, posteriormente, depositar el cráneo en unos de los hospitales de la Facultad de Medicina de París.
En las investigaciones que se llevaron a cabo sobre el paradero de la cabeza del pintor, y que no llegaron a buen puerto, se encontró, en su lugar de nacimiento, Fuendetodos, un cuadro, obra de Dionisio Fierros, en cuya reverso se podía leer: «El cráneo de Goya pintado por Fierros en 1849», mucho antes de ser exhumado su cuerpo en el cementerio de Burdeos. Para añadir más clímax al asunto, el citado cuadro desapareció, y fue encontrado, en 1928, en poder de un anticuario, Hilarión Gimeno. En el transcurso de la investigación, un nieto del autor del cuadro, dijo que había visto en el estudio de su abuelo, una calavera que podría ser la de Goya, testimonio ratificado por la viuda de Fierros, quien añadió, que un hijo suyo, siendo estudiante de Medicina, se llevó el cráneo a Salamanca, donde, según la versión de un sobrino de éste, quiso hacer un experimento sobre la fuerza expansiva de los gases, y el presunto cráneo saltó por los aires, hecho añicos. No sabiendo qué hacer con los huesos, se los dio a un mastín, que los devoró sin tasa
Cuando su cuerpo fue inhumado en la ermita gemela de San Antonio de la Florida, se introdujo en la sepultura un pergamino, al parecer firmado por Alfonso XIII, con el siguiente texto: «Falta en el esqueleto la calavera, porque al morir el gran pintor, su cabeza, según es fama, fue confiada a un médico para su estudio científico, sin que después se restituyera a la sepultura, ni, por tanto, se encontrara al verificarse la exhumación en aquella ciudad francesa».
Saber dónde se encuentra la cabeza de Goya, incluso si fue destruida, o no, sigue siendo un misterio y un reto para quienes tienen la esperanza de que no todo está perdido, y que podría ponerse en marcha un proyecto para encontrarla o, al menos, resolver definitivamente este asunto. ¿Podría buscarse en algún rincón de la Facultad de Medicina de París? ¿Seguir la pista de Salamanca?
Quizá, la nueva Corporación municipal elegida tras las elecciones de mayo se empeñe en este anhelo, como se empeñó la anterior a ésta, para encontrar los huesos de Miguel de Cervantes. Ya hay un grupo de personas trabajando en esta idea.