César Cervera, 21 de mayo de 2020
El gran urdidor de conspiraciones de su tiempo, la Alemania del káiser Guillermo II mantenía sus propios planes sobre el futuro del Imperio austrohúngaro, entonces regido por el anciano Francisco José
Dibujo que representa el asesinato del heredero del Imperio de Austria-Hungría, el archiduque Francisco Fernando, y de su mujer, la duquesa de Hohenberg, Sofía Chotek
«Tengo algo que decirte, pero debo hacerlo rápido porque no quiero que tu tío oiga nada de esto. ¡Sé que pronto seré asesinado! En este escritorio hay papeles que te conciernen. Cuando suceda, cógelos. Son para tí», afirmó, según las memorias de la Emperatriz Zita, el Archiduque Francisco Fernando al futuro Emperador Carlos. Faltaba justo un mes para que el heredero del Imperio austrohúngaro fuera asesinado junto a su mujer en Sarajevo por un grupo terrorista vinculado a Serbia.
Otros tantos presagios, como cuando comentó tras un fallo en la luz eléctrica del tren que le llevó a Sarajevo que parecía «un cementerio», dejan intuir que el Habsburgo imaginaba el peor desenlace para su vida. Enemigos no
le faltaban.
Si Europa hubiera sido un enorme cluedo en 1914, la lista de personas sospechosas entre las cancillerías de desear la muerte del heredero austrohúngaro habrían podido llenar un estadio de fútbol. Su muerte motivaría las duras exigencias que el Imperio austrohúngaro envió un mes después a Serbia, país del que procedían los magnicidas, y, con ello, sería una de las causas últimas del estallido de la Primera Guerra Mundial. No obstante, una cosa fue la autoría material y otra, más complicada de determinar, quién planeó la muerte de un personaje que resultaba tan incómodo en Budapest como en Berlín.
Todos contra el Archiduque
El sobrino del Emperador Francisco José, que solía hablar de su herencia Habsburgo como «una corona de mártir», tenía un sinfín de enemigos. La prensa liberal de Viena lo consideraba un primitivo fanático católico recién sacado del medievo. En Hungría, la otra cara de esta corona dual, la élite gobernante de los magiares sabían, por su propia boca, que una de sus prioridades era forzar una crisis constitucional en cuanto accediera al trono. Motivado en parte por razones personales, Francisco Fernando estaba dispuesto a llegar si era necesario a un conflicto armado con los húngaros con tal de apartar para siempre a la nobleza magiar del poder.
Una arriesgada estrategia que, obviamente, le iba a llevar a colisionar más pronto que tarde con el primer ministro húngaro, el tenaz y calvinista Esteban Tisza, que paradójicamente era uno de los principales hombres de Estado del anciano Emperador Francisco José. A pesar de que su tío se lo reclamó con insistencia, el Archiduque se negó incluso a reunirse con Tisza o a suavizar su postura. El húngaro, ofendido, no se amilanó ante las amenazas:
«Sí Francisco, ya como Emperador Francisco II, emplea al ejército contra mí comenzaré una revolución nacional contra él, y seré yo quien tenga la última palabra».
Varias fuerzas políticas nacionales e internacionales temían que el Archiduque interfiriera en sus planes una vez alcanzara la Corona. Francisco Fernando, que era inspector-general del Ejército, tuvo varios choques con el jefe del Estado Mayor, Conrad von Hötzendorf, que defendía ardientemente la necesidad de que el imperio entrara cuanto antes en guerra con Serbia y con la nación que protegía sus desafíos, esto es, la Rusia de los zares. El Archiduque incluso amenazó a Conrad con hacerle acabar «como Wallestein», una referencia nada velada al general Habsburgo asesinado por orden real durante la Guerra de los 30 años.
En una conversación rescatada por el historiador Richard Bassett en el libro «Por Dios y por el káiser» (Desperta Ferro, 2018), el Archiduque califica de «locura» la idea de Conrad de ir a la guerra contra Rusia con un ejército que llevaba décadas sin entrar en acción:
«Una guerra con Rusia será nuestro final. Si atacamos a Serbia, Rusia la apoyará y tendremos guerra con ellos. ¿Debe el zar ruso y el emperador austriaco echarse uno al otro de sus tronos para abrir el camino a la revolución? Dígale a Conrad que rechazo de plano cualquier sugerencia adicional en esta dirección».
El que hubiera sido probablemente mando supremo de Austria en la guerra no solo estaba en contra de un conflicto con Serbia, sino que era, en palabras de un importante general alemán, «muy amigo de los rusos». A pesar de su admiración hacia el káiser Guillermo, Francisco Fernando creía que el dominio austriaco sobre Bosnia-Herzegovina era demasiado tenue como para ejercerlo con la hostilidad abierta de los rusos, que a través de Serbia buscaban colocar todos los Balcanes bajo liderazgo eslavo.
Rusia, recién salida de la guerra contra Japón, estaba mucho más curtida que los ejércitos Habsburgo y, así lo demostraría, fue un hueso demasiado duro de roer para austriacos y otomanos durante la Primera Guerra Mundial. Consciente de ello, Francisco Fernando estaba decidido a promover la vieja idea de la Liga de los Tres Emperadores para mejorar las relaciones entre Rusia, Alemania y su propio imperio. No en vano, ninguna de las tres partes tenía la menor intención de remar en esa dirección
En el propio seno de la monarquía resultaban molestas algunas actitudes del heredero, como su negativa a entenderse con el presidente húngaro o su decisión de casarse con la condesa Sofía Chotek, que no pertenecía a una de las familias que las leyes dinásticas consideraban dignas de emparentar con los Habsburgo. La publicación ampliamente difundida del itinerario, con toda clase de detalles sobre horarios y calles, que llevaría Francisco Fernando en su visita a Sarajevo facilitó mucho a los magnicidas llevar a cabo su crimen.
Austria no entra en los planes alemanes
El gran urdidor de conspiraciones de su tiempo, la Alemania del káiser Guillermo II mantenía sus propios planes sobre el futuro del Imperio austrohúngaro. Aunque Viena sería la principal aliada de Berlín en la Primera Guerra Mundial, Alemania miraba con desprecio a sus ejércitos y a la forma en la que los Habsburgo dominaban Europa oriental. Soñaban, cada vez de forma más abierta, con anexionar los territorios de influencia alemana a su pujante imperio y a reducir en todo lo posible la influencia eslava, pueblo al que miraban con desprecio y que los Habsburgo veían, en cambio, como otro elemento más de su imperio multinacional.
En los planes del agresivo nacionalismo alemán, el Imperio austrohúngaro era una molestia, un obstáculo, un anacronismo que impedía a la raza germana avanzar hacia el dominio del continente. Aliados sí, pero solo hasta la definitiva anexión del eslabón más débil…
Precisamente por esa razón, los gobernantes alemanes se dedicaron a invertir a nivel económico y a facilitar armas a Serbia de espaldas a su aliado austriaco. A comienzos de 1914, el principal socio comercial de Serbia era Alemania y la venta de artillería, rifles y hasta bayonetas a bajo precio era una realidad. Como Richard Bassett recuerda en «Por Dios y por el káiser» (Desperta Ferro, 2018), el intercambio comercial precedió al envío de información militar entre Serbia y Alemania. La íntima relación de muchos oficiales serbios con el Estado mayor alemán deja entrever hasta qué punto jugaba el káiser a dos bandas. El ministro serbio en Berlín, Milos Bogicevic, llegó a tener tan buena relación con los alemanes que, al estallar la guerra, se cambió de bando.
Pero ninguno de los nexos entre alemanes y serbios resultaba tan desconcertante como el que existió entre el oficial serbio Dragutin Dimitrijević, conocido como Apis (La Abeja), y los militares alemanes. Este miembro fundador y jefe de la sociedad secreta ultranacionalista conocida como La Mano Negra era un ferviente admirador del ejército alemán. Entre 1905 y 1913 viajó repetidas veces a Alemania y no estuvo lejos de la esfera del káiser.
Apis y su grupo, que en 1903 habían asesinado a la dinastía reinante proaustriaca de Serbia, aspiraban a que el ejército se hiciera con el control total del país y, de esta forma, se impusiera una política de conquistas a costa del imperio vecino. Sin dudarlo, Berlín ofreció imprentas y equipos de propaganda a Apis y le apoyó con todos los medios posibles en su tentativa de golpe de Estado contra el gobierno proruso.
A los alemanes la figura del Archiduque cada vez les resultaba más desagradable debido a su simpatía hacia Rusia, su oposición natural a la germanización de Austria y, lo más inminente, por la inestabilidad que podría traer su reinado. Según expresó el ministro de Exteriores germano, Gottlieb von Jagow, su principal aliado de cara a una próxima guerra «no podía estar asegurada» bajo el gobierno de Francisco Fernando, no «mientras el Archiduque se negara a alcanzar algún tipo de modus vivendi con Tisza».
Los diplomáticos alemanes trataron de forzar, sin éxito, algún acuerdo entre las dos partes. «Hungría se mantiene en unas condiciones medievales a causa de una minúscula oligarquía. Todos los magiares trabajan contra Austria y contra la monarquía como un todo (…) Tisza es un dictador en Hungría y quiere serlo de Austria», fue la respuesta del Archiduque cuando le pidieron que cediera en pulso contra Tisza.
La Mano Negra y Alemania
Francisco Fernando fue uno de los primeros en Viena en percatarse de que Alemania solo veía a la Monarquía Habsburgo como un peón en un tablero más amplio. Una quinta columna que, en última instancia, anhelaba anexionar económica y militarmente al imperio menguante de los Habsburgo. En definitiva, un aliado incompatible con sus planes de vigorizar la monarquía y terminar con el chantaje húngaro. Llegó a estar tan hastiado de ver a los alemanes interfiriendo en todos los intereses tradicionalmente austriacos y minando la autoridad de su imperio en los Balcanes que trató de presionar a su tío para que tomara cartas en el asunto.
En 1914 se produjeron varios desplantes entre el Archiduque y las autoridades alemanas. De fondo estaba la extraña relación entre alemanes y serbios, algo que seguramente le inquietaba tanto como a su tío el Emperador, salvo que este al menos hacía por disimular su disgusto. No resulta rocabolesco pensar que los alemanes utilizaron sus vínculos serbios para eliminar a un actor tan molesto en la obra que iba a escenificarse pronto.
«Es difícil descartar la hipótesis de que Apis deseara reforzar el apoyo que recibía de Alemania mediante la eliminación del Archiduque, pues suponía un obstáculo para los planes estratégicos alemanes. Apis podía confiar en que la política proserbia de Berlín sería una garantía de seguridad en caso de que Viena deseara tomar medidas extremas contra Serbia y habría numerosos círculos poderosos que recibirían con alivio el asesinato», explica Richard Bassett en el mencionado libro de Desperta Ferro.
La Mano Negra dirigida por Apis ejercía una influencia nociva en todos los asuntos políticos, económicos y estratégicos de Serbia. Un poder en la sombra dedicado a hostigar al gobierno proruso, pero bien visible para todo a aquel que quisiera verlo. Alemania se apoyó en esta organización secreta para aumentar su influencia en el país y disminuir la rusa. Una idea que también sedujo a otro de los enemigos del Archiduque, Tisza, que inició los meses previos a la guerra una línea de comunicación con Apis. El húngaro veía en los serbios proalemanes un buen aliado para reducir la influencia eslava alrededor del Imperio austrohúngaro. Si lograba alejar a Rusia de Serbia y acercarla a Alemania, aquello sería positivo para Hungría. Incluso tras la muerte del Archiduque, Tisza estuvo en contra de la guerra contra Serbia.
Los planes de la Mano Negra fue un secreto bastante mal guardado. Cuando el Archiduque estaba a punto de tomar el tren hacia Sarajevo, el gobierno Serbio pidió a las autoridades bosnias que suspendieran el viaje. El primer ministro serbio, Nikola Pašić, que sufría en sus carnes la presión de Apis y los suyos, decidió a avisar a Viena del peligro: ciertos individuos estaban cruzando de forma ilegal la frontera con armas. La Mano Negra envió seis asesinos a la ciudad, pero se decidió seguir adelante con el viaje.
Durante los días 26 y 27 de junio de 1914, el Archiduque y su esposa asistieron a una serie de maniobras militares en Bosnia. Al día siguiente estaba programada la visita a Sarajevo, que con tanto cuidado había preparado el gobernador militar de la ciudad, Potiorek, un apasionado de la cultura alemana y un hombre que, consciente o inconscientemente, hizo todo lo posible para facilitar la muerte del Archiduque.
La muerte, al acecho
Varios oficiales de su entorno estuvieron a punto de convencer a Francisco Fernando de que renunciara a visitar la ciudad. Los rumores de que alguien planeaba atentar contra él empezaban a ser ensordecedores. Solo mantuvo su plan original tras la insistente intervención de un joven oficial llamado Merizzi, amante de Potiorek, que defendió que si se marchaba sin pisar Sarajevo la población bosnia lo vería como un insulto.
El 28 de junio, el Archiduque recorrió en una comitiva de siete coches Sarajevo. Debido a lo cansados que estaban los soldados por las maniobras, Potiorek prescindió de los militares para proteger al Archiduque y dejó toda la seguridad en manos de 150 policías. Uno de ellos señaló amablemente a uno de los asesinos en qué coche viajaba el heredero Habsburgo.
A las 10.30 de la mañana, un bomba rebotó en el capote trasero del descapotable en el que circulaba el Archiduque y explotó pocos metros detrás causando una veintena de heridos leves, entre ellos Merizzi. Muchos de los presentes pensaron que se trataba de una salva de artillería y no le dieron la menor importancia. Cuando el alcalde de la ciudad inició su discurso de bienvenida como si nada hubiera ocurrido, el Archiduque se vio obligado a interrumpirle con violencia:
«¡Hemos venido de visita a Sarajevo y nos han lanzado una bomba! ¡Esto es un escándalo!».
No sabía aún el pobre Archiduque que lo más escandaloso estaba por llegar. Potiorek, que incluso en estas circunstancias descartó desplegar al ejército, insistió en que tras el incidente el Archiduque visitara por deferencia al herido Merizzi. Sus heridas eran mínimas, pero Francisco Fernando siguió el consejo del gobernador militar. Cuando el barón Morsey sugirió que aquella visita podía ser peligrosa, Potiorek lo tomó a chanza: «¿Piensa usted que Sarajevo está lleno de asesinos?».
Las bromas sin gracia continuaron durante el trayecto hacia el hospital. El coche del Archiduque se equivocó de calle y se vio obligado a dar marcha atrás en un paso angosto, momento que usó el serbio bosnio Gavrilo Princip, entrenado y armado por la Mano Negra, para disparar a pocos centímetros del vehículo. Una bala entró por el cuello de Francisco Fernando con un desenlace fatal. Su mujer también murió, a consecuencia de otra bala, esta en el estómago. Las últimas palabras del sobrino del Emperador fueron «¡Sofía!, ¡Sofía! No te mueras… vive para nuestros hijos», seguidas de seis o siete «No es nada», en respuesta a las preguntas sobre su estado.
Aquel día, alemanes, húngaros y varios Habsburgo durmieron más tranquilos. Se habían disparado las primeras balas de la más sangrienta guerra librada hasta entonces por la humanidad.