Mónica Arrizabalaga, 9 de junio de 2020.
Antonio Gaudí se dirigía el 7 de junio de 1926 a la iglesia de San Felipe Neri de Barcelona para visitar a su confesor cuando fue atropellado por un tranvía en la calle de las Cortes.
Según declaró el conductor, el ilustre arquitecto descendía por el arroyo en dirección a la plaza de Urquinaona y para evitar que le atropellara otro vehículo, se abalanzó sobre el tranvía que él conducía, sin que pudiera remediar tan horrible desgracia.
De 74 años y blanca barba, Gaudí vestía unos pantalones raídos y zapatos remendados. No llevaba ningún documento identificador. Solo un puñado de frutos secos en los bolsillos y, como contaba Fernando Arrabal, «lo más importante para él: un libro de los evangelios amustiado por mil y una lecturas».
Muchos le tomaron aquel día por un vagabundo, sin saber que era el genial artífice de la Sagrada Familia, el Parque Güell o la Casa Batlló. Según José (o Josep) Pla, «al final de su vida Gaudí no solamente parecía un pobre. Lo era verdaderamente».
El conductor del tranvía vio que algunos transeúntes recogían a la víctima y emprendió de nuevo la marcha, ignorando la gravedad del atropello. Gaudí tenía varias costillas rotas, una contusión en la pierna derecha y sufría una grave hemorragia interna. Había perdido el conocimiento con el golpe y al estar indocumentado, no se supo en los primeros momentos de quién se trataba.
Ni siquiera cuando llegó al hospital de la Santa Cruz gracias a la ayuda de un guardia civil que obligó a un conductor a trasladar al herido a la Casa de Socorro y no le abandonó hasta que los de la ambulancia se hicieron cargo de él. «La actitud del guardia civil aludido puso a raya a los “chauffeurs”, varios de los cuales se negaron a trasladar al herido. Se decía que la autoridad impondrá un serio correctivo a los “chauffeurs” que fueron requeridos por el público al ocurrir la desgracia, y que se negaron, como decimos, a transportar al herido», contó ABC.
En cuanto se supo su identidad y la noticia de la desgracia circuló por la ciudad, una multitud de personas se acercó a enterarse del estado de salud del ilustre arquitecto. Se pensó en trasladarlo a una Clínica particular, pero los médicos del hospital se negaron ante su grave estado.
Tres días después del accidente, los temores que se tenían respecto a un desenlace funesto en el estado de Gaudí se confirmaban, desgraciadamente. El artista moría rodeado de personas amigas a las cinco y cuarto de la tarde del 10 de junio.
Nacido en Riudoms o Reus (dato incierto en su biografía) en 1852, Gaudí se había trasladado a Barcelona para estudiar Arquitectura. Se cuenta que fue un estudiante tan irregular como inquieto y que simpatizó de joven con el socialismo utópico, «pero la fe se impuso y quien en su juventud también había ejercido de distinguido dandi en la noche barcelonesa adoptó un modo de vida espartano: comidas frugales, caminatas de diez kilómetros diarios, sencillez y hasta ayunos que le pusieron a las puertas de la muerte», recordaba Manuel de la Fuente en 2011.
Obtuvo el diploma de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona «por los pelos», según Arrabal. El dramaturgo recordaba en una Tercera de ABC estas palabras del director de la Escuela: «Hemos dado este título a un imbécil o a un genio. El tiempo lo dirá».
Y con el tiempo y su singular estilo erigió la Casa de los Botines, en León, el Capricho de Comillas, el Palacio Episcopal de Astorga, la Casa Batlló y la Casa Milà, en el Paseo de Gracia, o el palacio del conde Güell. Reveló su genio en el original Parque Güell o en la reforma de la catedral de Palma de Mallorca, donde colocó unas magníficas vidrieras fabricadas con un sistema especial de triple vidrio, nuevo hasta entonces.
En 1883 recibió el encargo para proseguir con las obras iniciales de la Sagrada Familia, una labor a la que se consagraría hasta su muerte. Un periódico contaba que en una ocasión el canónigo Llovera le preguntó a Gaudí cómo se terminarían las obras de la iglesia en el caso desgraciado de que él muriese. «Le contestaré -respondió el arquitecto- lo que al canónigo Rivera cuando me hizo la misma pregunta: ¿Usted cree que Jesús, al morir, tenía que dejar escrita la “Summa” de Santo Tomás?»
Allí fue inhumado, en su cripta, la única parte del templo que el arquitecto vio construir junto a la Fachada del Nacimiento. Unas 5.000 personas se congregaron en la explanada del templo durante su entierro, que se convirtió en una gran manifestación de duelo.
Era voluntad de Gaudí y así constaba en su testamento, que éste fuera lo más sencillo posible y que no se admitieran coronas. Había sido amortajado con el hábito de congregante de la Buena Muerte. Su ataúd, cubierto por un paño de terciopelo morado de la Asociación de Arquitectos de Cataluña, fue colocado en una carroza fúnebre tirada por dos caballos. Al frente iban un cabo y cuatro individuos montados del Cuerpo de Seguridad.
Les seguían una sección de la Guardia urbana, la Liga espiritual de Nuestra Señora de Montserrat, la Asociación Gregoriana, alumnos de la Escuela de Arquitectura, obreros de la Sagrada Familia con hachas, el clero del Hospital de la Santa Cruz… «el cortejo era numerosísimo», según describía ABC.
Cuando la presidencia del duelo, con las autoridades y familiares de Gaudí, entró en la catedral «las últimas filas del acompañamiento estaban todavía en la Rambla del Centro», relataba la crónica. Durante el entierro, «de una imponente severidad litúrgica», sonaron pausadamente las campanas. Era el adiós a un genio admirado.
«Este hombre, grande incluso en sus errores, fue un potente cerebro y un gran obrero eficiente y enérgico, que sabía realizar cuanto pensaba», escribió pocos días después de su muerte Antonio de Lemos en «Blanco y Negro». Lemos le había conocido personalmente en Mallorca en 1911, cuando dirigía la restauración de la Catedral de Palma y reconocía que sus proyectos le asustaron. «Llegué a sospechar que quien me hablaba era un loco genial», confesó antes de lamentar la muerte de este «gran revolucionario, que profesó un alto ideal estético, fe y tenacidad asombrosas». Siete de sus obras están consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.