JULIA HERNÁNDEZ SALMERÓN – Almería,

El Marchal de Antón López./
El Marchal de Antón López.

El municipio de Enix ha sido siempre famoso por sus aguas. Su reparto por la capital en un camión cisterna nos traslada a otra época. Años en los que el agua de Enix era ofrecida en establecimientos exclusivos para su venta. Fue, además, reclamo en campañas de marketing de bares y cafeterías. En 1931, el bar ‘Olimpia’ anunciaba un ‘Gran servicio de café con botella de agua de Enix a 50 céntimos incluido propina’. Sin embargo, más allá de esta comercialización urbana, el agua de Enix riega un gran número de huertas desde hace siglos, propiciando la vida en un paisaje de vides, parras, frutales, donde el trabajo secular de sus gentes ha permitido la persistencia de muchos de sus marchales. Algunos de ellos se convirtieron en grandes fincas de recreo de la burguesía almeriense, como el Marchal de Spencer, y en importantes núcleos de población, como El Marchal de Antón López.

Los marchales de Enix son muchos y han experimentado numerosos cambios a lo largo del tiempo, siendo el agua el elemento primordial. Su aprovechamiento en estas tierras tiene orígenes muy remotos -se documenta la presencia romana en algunos, especialmente en los marchales más pequeños, quizá por ser los menos transformados en su devenir histórico-. En su mayoría, se sitúan próximos al casco urbano y a las grandes veredas ganaderas (como la Cañada Real de la Loma de los Yegüeros) cuando aún no existían los entonces caminos vecinales de Roquetas a Alicún (1876) o de Enix a Almería (1928). Los musulmanes hicieron el resto. Ellos ‘aterrazaron’ los bancales cuya construcción se realizaba siempre por debajo de la cota de afloramiento del agua. La capacidad que tenían los manantiales fue también uno de los criterios fundamentales en la arquitectura del riego del pago asociado a ellos. Acequias, balsas, corrales y un lugar para vivir completaban el paisaje del marchal.

El propio término —que no recoge el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua— proviene de la palabra árabe ‘almarch’ (al mardj), que significa vega o campo que se labra o tierra baja como pradera, y fue recogido por los repobladores (1573) tras la guerra de los moriscos en el Reino de Granada.

El Libro de Apeo y Repartimiento de la Taha de Felix (1573) nos permite conocer tanto la toponimia morisca (Marchal de Contrabiesa, de Padules, de Handacaleyla, de Janducar, de Handacalisan, de Benauente, de Guerín, de Caaz, de Fechite, de Vinela) como la que usaron los repobladores, que sustituiría, en algunos casos, a la morisca (Marchal de la Yglesia, antes de Janducar; o Alto, antes de Fechite). A lo largo del siglo XVIII estos nombres se irán perdiendo dando paso a la toponimia actual. Sin embargo, a pesar de los cambios, la mayoría de los marchales han conservado su ‘esencia’, como el de Spencer (antes de Benauente, su propietario morisco) o se han constituido en una importante entidad de población, como El Marchal de Antón López (antes de Contrabiesa).

Estos dos marchales, además del de Miralles (denominado primero de Padules, término morisco, y del Álamo, después con la repoblación), son los más conocidos e importantes actualmente en Enix. Antón López, daliense del siglo XVII —que bien merece un artículo monográfico— y los ingleses Spencer, del siglo XIX, dieron sus nombres a estos importantes asentamientos. Los Spencer y sus descendientes (emparentados con las familias más adineradas de Almería: como los Roda o los Cassinello) fueron dueños de extensas propiedades en El Marchal de Antón López y Enix. En ellas, concretamente en su finca de recreo en su marchal en Enix, celebraban eventos sociales y acogían a diversas personalidades de la burguesía. Su historia familiar los une a la localidad en muchos otros aspectos, como sus donaciones a las parroquias del término.

En el caso de El Marchal de Antón López, Emilia Rabell, viuda de José Spencer Sánchez, y su hija María Spencer Rabell, realizaron en 1910 una suscripción por valor de 10 pesetas para la reparación de los techos de la sacristía, la capilla bautismal y la fachada.

Enix es de los pocos municipios que conservan sus marchales, ya sea en su aprovechamiento o por su toponimia. La riqueza paisajística y etnográfica que nos han legado son testimonios de épocas y usos pasados que forman parte de nuestra historia y memoria colectiva. Constituyen, en definitiva, un patrimonio que debería ser conocido, conservado y protegido.

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