A la memoria de Enrique y Carmen

Cuando llegó Enrique Valdivieso a La Universidad de Sevilla, a mediados de los 70 del siglo pasado, trajo consigo un aire nuevo que insufló a los alumnos y a la sociedad: una mirada diferente a la Historia del Arte y una habilidad extraordinaria para la difusión y comunicación de la ciencia histórica no exenta de cierta teatralidad aprendida en sus escarceos con el teatro universitario, puesta en escena que el mismo confesaba abiertamente. Su atractivo era extraordinario, como docente y como divulgador del Patrimonio, las clases llenas y la gente sentada en las escalinatas del aula magna lo atestiguan. Sin embargo, su trayectoria investigadora no le fue a la zaga, sino todo lo contrario, desde sus trabajos sobre pintura de los países bajos en España y los primeros trabajos sobre el arte sevillano con colaboradores como Serrera, Morales, Sanz, Pleguezuelo y Oliver,  en  guías e Inventarios de la provincia de Sevilla o sus catálogos de la Catedral, Palacio Arzobispal y Hospital de la Caridad, hasta sus últimas publicaciones sobre Murillo, Valdés, Llanos Valdés y Pedro de Campaña (obra presentada la semana pasada) no le ha quedado un  resquicio de la pintura sevillana por atender,  tanto las  grandes figuras, como sus seguidores,  no solo los barrocos  sino los renacentistas y los románticos, los realistas, costumbristas y los contemporáneos hasta convertirse en el referente nacional  e internacional de la historia de la pintura sevillana.

En los últimos meses he sido testigo y beneficiario de su sabiduría y generosidad al consultarle las atribuciones más problemáticas de la exposición que se ha abierto en San Luis de los franceses, incluso me ha donado dos cuadros pintados por él, pues hacia copias de obras clásicas del arte contemporáneo y de las vanguardias, que también era su pasión y una manera de estar más cerca de la belleza y del Arte. Aunque nos hemos tratado mucho con respeto y admiración, personalmente creo que he tenido más confianza con su esposa Carmen Martínez, colega, profesora de latín en el instituto Luca de Tena, muy cercano a mi casa, de forma que diariamente nos cruzábamos camino de nuestros respectivos trabajos durante al menos tres décadas. Nos parábamos y nos poníamos al día, así creo que seguramente su serenidad y gracia eran un contrapeso de la hiperactividad de Enrique. Sus obras y sus respectivos alumnos no los olvidarán nuca, sin embargo, el dolor me oprime cuando pienso en sus tres hijas, sobre todo porque yo también soy padre de hijas jóvenes. D.E.P, nosotros tampoco os olvidaremos.

Juan Luis Ravé

Por admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *