Los docentes son clave. Es necesario fortalecer sus estudios iniciales y seguir la formación durante la carrera profesional, EL PAIS, José Antonio Marina, 29 de mayo de 2016
Todos los países están en estado de emergencia educativa. No sólo los que tienen una escuela de baja calidad, sino también los que la tienen excelente. Todas ellas están sometidas a la ley de Revans: “Para sobrevivir, un sistema educativo debe aprender al menos a la misma velocidad con la que cambia su entorno”. Nuestro entorno lo hace aceleradamente. El futuro comienza a describirse con el acrónimo VUCA (vulnerabilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad, en inglés). Esto nos ha introducido en la sociedad del aprendizaje, en la que todos —individuos, instituciones y la sociedad en su conjunto— vamos a tener que seguir aprendiendo continua y eficientemente.
Es significativo que el último libro de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, se titule La creación de la sociedad del aprendizaje, y dedique sus primeros capítulos a hablar de pedagogía. También lo es que la palabra empleabilidad comience a ser sustituida por el término learnability, la capacidad de aprender. Las empresas necesitan gente capaz de aprender continuamente. Esta situación es la que nos sitúa en estado de emergencia educativa, a la que los Gobiernos responden imponiendo continuas reformas.
En Política educativa en perspectiva 2015, la OCDE estudia 450 reformas educativas, parciales o totales, llevadas a cabo entre 2008 y 2014, con desigual fortuna. Se empieza a pensar que tenía razón Doug Ross, secretario de Empleo y Formación del Gobierno de Bill Clinton, cuando hace años sentenció: “Los nuevos pobres serán aquellos que no puedan o no quieran aprender”.
En este escenario, estamos ya presenciando una carrera entre grandes corporaciones para hacerse con lo que ya se avizora como el próximo negocio del trillón de dólares: la formación. Tal presión fuerza a los sistemas de enseñanza públicos a aumentar su conocimiento y calidad. Todos los estudios fiables nos dicen que el factor determinante de la calidad de un sistema educativo es la calidad de sus docentes. No es el único: le siguen la calidad de los equipos directivos, la autonomía de los centros y la colaboración con las familias.
Pero el protagonismo del profesorado está universalmente aceptado. Hace unos meses, el ministro de Educación me pidió que elaborara un Libro Blanco sobre la profesión docente. Con un equipo de expertos y la colaboración de más de 1.000 personas y colectivos, elaboramos una serie de propuestas para convertir a la profesión docente en una carrera de élite. La sociedad encomienda a la escuela cada vez más responsabilidades. Podríamos negarnos a aceptarlas, pero lo sensato es reclamar las ayudas necesarias para poderlas atenderlas bien. Por eso, propusimos fortalecer la formación inicial con la implantación de un MIR educativo que incluyera dos años de formación práctica, trabajando ya en escuelas seleccionadas, bajo la tutorización de docentes especialmente preparados.
No se trata sólo de formar bien a los nuevos profesores, sino de mantener esa formación a lo largo de toda su carrera profesional. Además, parece conveniente considerar que el gran agente educativo es el centro, lo que hace necesario que los docentes sepan colaborar, elaborar proyectos compartidos, convertir el centro en una organización que aprende. Para conseguirlo, es también necesario mejorar los equipos de dirección, establecer canales de cooperación con las familias más fluidas que ahora, y también rediseñar el cuerpo de inspectores.
Es cierto que la escuela no es el único factor que influye en el éxito educativo de nuestros alumnos. Estudios solventes indican que el origen socioeconómico determina el 50% de los resultados escolares. Por eso, una parte importante de las reformas educativas deben ir enderezadas a apoyar a las familias en peores condiciones económicas. Para muchos niños, la escuela es el único ámbito protector que pueden disfrutar. Las escuelas deben ser centros de irradiación que atraigan y dirijan esfuerzos sociales para ayudar a sus alumnos. Un reciente estudio publicado por WISE (World Innovation Summit for Education) indica que es necesario un nuevo tipo de líderes escolares y de políticas públicas para movilizar y dirigir los esfuerzos sociales a favor de niños y adolescentes.
Creo que en España nuestra política debe ir dirigida a conseguir lo que he llamado Objetivo 5-5-5. Convertir nuestro sistema educativo en un sistema de alto rendimiento en cinco años, con un presupuesto del 5% del PIB (ya sé que sería mejor el 7%, pero el 5% lo hemos tenido ya y es viable para nuestra economía actual), y cumpliendo cinco metas educativas: 1) reducir el abandono escolar al 10% y elevar al 85% el número de alumnos que siguen educación secundaria posobligatoria. Ambos son objetivos señalados por la UE; 2) subir 35 puntos PISA. Este indicador no es perfecto, pero nos permite hacer comparaciones interesantes; 3) aumentar el número de alumnos excelentes, y reducir la distancia con los peores; 4) ayudar eficazmente a niños con dificultades de aprendizaje y con altas capacidades, para lo cual es necesario fortalecer los departamentos de orientación, y 5) introducir en los currículos las nuevas destrezas para el siglo XXI. No sólo es importante conocer, sino saber utilizar lo que se conoce.
¿Vamos a conseguir esos objetivos? No, a menos de que se establezca un pacto por la educación, en el que participen todos los partidos y los agentes sociales implicados. Se trata de actualizar el pacto constitucional sobre educación, recogido en el artículo 27 de la Constitución, aprendiendo de la experiencia de estos años. Los autores de la Carta Magna llegaron a un acuerdo mediante el recurso de aplazar las discrepancias, que serían resueltas por leyes ordinarias. Esto ha dado lugar al baile legislativo en educación que todos lamentamos.
Necesitamos estabilidad porque los planes educativos necesitan tiempo para funcionar. En este momento, el mismo equipo que redactó el Libro Blanco sobre la profesión docente está redactando unos Papeles sobre el pacto educativo, haciendo acopio de toda la documentación que puede facilitar la tarea de quienes deben firmarlo. Hay muchas cosas claras y algunos puntos que hay que solucionar.
Para antes de las elecciones, nos hemos atrevido a presentar a los partidos políticos una hoja de ruta para una nueva ley educativa. Tiene tres fases y cada una de ellas exige concesiones a los partidos, pero también les ofrece oportunidades. Son las siguientes: mantener vigente la LOMCE como ley de transición, con algunos aspectos negociados con la oposición; elaborar un pacto educativo en el plazo máximo de seis meses, y, a partir de ese pacto, redactar una ley de educación que sirva al menos para una generación.
La ruta nos parece clara, lo malo es que no hay camino hasta que no se quiere andar por él.
José Antonio Marina es filósofo y pedagogo, autor de Despertad al diplodocus (Ariel) y Objetivo: generar talento (Conecta)
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